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REGRESAR
FIESTA
LITURGICA
El
Año Litúrgico de la Liturgia de rito Latino-Romano,
en su compleja realidad y estructura, tal como hoy lo conocemos, es el
resultado de una maravillosa obra pastoral de la Madre Iglesia que, en el
cumplimiento de su misión de anunciar el Evangelio y de realizar la
salvación mediante el Sacrificio y los sacramentos (cf. Sc 5), no ha dejado
de multiplicar y hacer efectivo los modos de presencia divina del que es su
Cabeza y Esposo: Jesucristo nuestro Señor, que le envía sin cesar el
Espíritu Santo en orden a esta misión.
El
Año Litúrgico es un medio dé la mistagogía de la Iglesia que debe introducir
a los hombres y mujeres, a todos y a cada uno, en el Misterio Pascual de
Jesucristo Como tal medio de la mistagogía de la Iglesia no se ha formado en
un día, sino que ha requerido siglos de vida litúrgica y de acción pastoral.
En el proceso de formación del Año Litúrgico se encuentra la configuración
paulatina de la memoria de la Santa Madre de Dios. Veamos un poco cómo se ha
originado y definido esta memoria.
En los cuatro primeros siglos.
En la Liturgia de la Iglesia Apostólica y Subapostólica no hay ni siquiera
indicios de la existencia de un año litúrgico cristiano. La Iglesia ha
nacido del resto de Israel que ha reconocido al Mesías y ha recibido la
efusión-donación del Espíritu Santo prometido para los tiempos mesiánicos (cf.Hech.2).
En aquel momento histórico que transcurrió entre la muerte y resurrección
del Señor y el comienzo déla misión del Iglesia, cuando el Resucitado se
dejó ver de algunos elegidos y les instruyó acerca de las cosas tocantes al
Reino de Dios (cf. Hech. 1, 14), María estaba todavía en esta tierra,
formando parte grupo de los discípulos y siendo, con su presencia física en
la espera del manifestación del Espíritu (cf. Hech. 1,4), un signo vivo y
una referencia visible al Señor que había prometido: "Donde quiera que estén
dos o tres reunidos en mí nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,
20; cf. 28, 20).
La presencia de María junto al grupo de los discípulos, presencia definida
por la oración y la aceptación de ¡a Palabra Divina, como había ocurrido en Nazaret, en Belén, en el templo de Jerusalén, en Cana de Galilea y junto a
la cruz de Jesús, tenia que continuar una vez que ella y los otros "testigos
oculares" desaparecieran del escena de este mundo. La presencia de los
"testigos oculares y ministros de la Palabra" y en particular la presencia
déla "mujer" (cf. Gal 4,4Jn 2,4; 19,26) que "conservaba todas las cosas
meditándolas en su corazón" ( Le 2, 19. 51), dio paso ala lectura de lo que
San Justino Mártir llamó hacia el año 160 "las memorias de los apóstoles y
los escritos de los profetas" (I Apol 1, 67), es decir, la proclamación de
las Escrituras, éntrelas que se encontraban ya los evangelios y los
restantes escritos del Nuevo Testamento.
Esta es la primera fuente del culto de veneración que poco a poco empezó a
tomar cuerpo en las comunidades cristianas para con la Madre de Jesús (Cf. Hech 1,14; Jn 19, 25 ss.). La Iglesia, como recuerda el Vaticano desde el
día de Pentecostés "nunca ha dejado de reunirse para celebrar ei misterio
pascual, leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura (Le 24,27) y
celebrando la Eucaristía, en la cual se hace de nuevo presente la victoria
del triunfo de su muerte" (SC 5). En esta evocación-proclamación de los
acontecimientos de la salvación, especialmente del Misterio Pascual, a la
luz délas Escrituras y sobre la base de lo consignado en ellas, afloraba
espontáneamente en la Iglesia el amor y la veneración hacía la que tanto
tuvo que ver en aquellos acontecimientos. Más aún, muy pronto la penetración
en el sentido cristológico de las Escrituras del Antiguo Testamento bajo la
luz del Espíritu Santo, tuvo que fijar su atención en aquellas páginas
bíblicas y en aquellas figuras que anunciaban el singular papel de María en
la obra de ¡a salvación.
El primer testimonio que conocemos acerca de lo que María representaba para
las comunidades cristianas de los dos primeros siglos es una frase de la
famosa homilía de San Melitón de Sardes sobre la Pascua, a mediados del
siglo II en una comunidad judeocristiana. Al recordar que Cristo es la
Pascua de nuestra salvación, en el pasaje central de la homilía, se lee este
bellísimo texto:
El es quien se hizo carne en una Virgen,
Quien fue colgado del madero
Quien fue sepultado en la tierra,
Quien resucitó de entre los muertos,
Quien fue elevado a las alturas de los cielos.
Él es el Cordero sin voz,
Él es el Cordero degollado.
Él es el nacido de María, la hermosa Cordera.
El calificativo de "hermosa Cordera" que se da a María en este pasaje que
une el misterio de la Encarnación al Misterio Pascual, reúne los sentidos de
"buena", "inocente", "inmaculada", "virginal", en expresa aplicación a la
madre de Cristo del título que 1Pe, 19 da al Cordero pascual "sin defecto ni
mancilla".
La mención de María en este texto litúrgico ha brotado conscientemente en
los labios de su autor desde el momento en que ha unido la Encarnación al
Misterio de la Pascua. La realidad de este misterio no sería tal si el Hijo
de Dios no se hubiese hecho carne en María. Y para encarnarse el Cordero
"sin defecto ni mancilla" necesitaba " una hermosa Cordera", semejante a él,
es decir, virginal, inmaculada, inocente, buena.
En otro contexto literario litúrgico, en la Tradición Apostólica llamada de
Hipólito, un siglo más tarde, aparecen dos alusiones a la Virgen María de
gran importancia también: una se encuentra en la plegaría eucarística que
sigue !a ordenación episcopal y la otra en el interrogatorio bautismal que
acompaña a la inmersión en el agua (ed. B. Botte. nn. 4 y 21). En ambos
casos se emplea una fórmula análoga: "que nació del Espíritu Santo y de
María Virgen". La fe de la Iglesia en este misterio, expresada tanto en el
marco de la evocación de la historia de la salvación en la „ plegaria
eucarística como en el marco de la celebración del bautismo, no puede
prescindir de la mención explícita de sus protagonistas: el Espíritu Santo y
la Virgen María.
Pero todavía no se puede hablar de un verdadero y propio Año Litúrgico,
aunque existan indicios de alguna fiesta cristiana además de la Pascua, como
los primeros vestigios de la fiesta de la Epifanía en el siglo II. En el
siglo IV ya es otra cosa. Ya se perfilan los grandes ciclos de Navidad y
Pascua entorno a las dos solemnidades que les servirán de eje. En efecto, la
primera noticia de la fiesta de la Navidad procede del Calendario
Filocaliano copiado en el año 354, aunque se remonta al menos al año 336. La
fiesta se extendió rápidamente por el mundo cristiano, de modo semejante a
lo que ocurrió con la fiesta de la Epifanía, originaria de Oriente. A
finales del siglo IV Navidad y Epifanía daban lugar a una importante
producción homilética en el que juegan un papel decisivo los evangelios de
la infancia de Jesús. En este contexto emerge una doctrina sobre la Virgen
que se detiene en su vocación excepcional de cooperadora de la obra de
Cristo. La santidad y grandeza de María aparecen inmersas en el misterio de
la Encarnación. En particular los Santos Padres se detienen en la maternidad
virginal como una condición de máxima conveniencia para que el Hijo de Dios
se hiciese hombre.
Hacia el año 384 la peregrina Egeria describe en su Diario de Viaje la
fiesta de la Presentación del Señor en el templo y la purificación de
Nuestra Señora, a los cuarenta días de la celebración de la memoria de la
Madre junto a la conmemoración de un acontecimiento protagonizado por el
Hijo.
Después vino la configuración del tiempo de Adviento, cuyos orígenes se
remontan también al siglo IV, como un tiempo de preparación para la
solemnidad del nacimiento del Señor mediante el recuerdo de la gloriosa
venida al fin de los tiempos. El Adviento ofreció también la posibilidad de
poner de relieve la figura de María, hasta el punto de venir a ser en
lugares un tiempo litúrgico marcadamente mariano.
Después del Concilio de Éfeso.
El año 431 tuvo lugar, como es sabido, el Concilio de Éfeso, concilio
cristológico y mariológico que define a María como la theotokos, la Santa
Madre de Dios. Este acontecimiento provocó una explotación de exaltación de
la Virgen María en toda la Iglesia. La plegara litúrgica, los himnos (como
el célebre akátistos), la dedicación de las iglesias y la institución de
fiestas propiamente marianas son otros tantos testimonios del impulso que
este concilio dio al culto litúrgico déla Virgen María.
La primera fiesta mariana conocida de esta época es el 15 de agosto, el Día
de la Madre de Dios María, como la denomina el Leccionario Armenio de
Jerusalén. La fiesta surgió con motivo de la dedicación de la iglesia
Kathiusa levantada por el obispo Juvenal (+ 458) que había apoyado a San
Cirilo en la controversia antiarriana. La fiesta tenía como objeto la
maternidad divina de María, hasta que, por influjo de los escritos apócrifos
(Protoevangelio de Santiago, y la narración del Tránsito de María), se
convirtió en la memoria de la glorificación de María (dormición o asunción a
los cielos), es decir, en el día de su natalicio para el cielo como en el
caso de los mártires.
Una segunda fiesta aparece también en Jerusalén, en el siglo V, con ocasión
de la dedicación de una pequeña iglesia junto a la piscina de Betsaida el 8
de septiembre. Un siglo más tarde se relaciona este lugar con el nacimiento
de la Virgen, con lo que la fiesta se centra en este momento de la vida de
María. Todavía se da en Jerusalén una tercera iglesia y con ello una tercera
fiesta en honor de María, esta vez el 20 de noviembre, que recuerda la
presentación de la virgen en el templo en claro paralelismo con la fiesta de
Hipapante.
El concilio de Éfeso influyo quizás también en la creación de la fiesta de
la anunciación del Señor el 25 de marzo en Constantinopla o en Asia Menor a
mediados del siglo VI, extendida después a otra Iglesias. La situación de
esta fiesta obedece sin duda a su relación con el 25 de diciembre, y desde
el principio es una fiesta del Señor, aunque con una fuerte connotación
mariana. En las liturgias occidentales la celebración de la Anunciación del
Señor tenia lugar en uno de los domingos de Adviento, que se había
convertido en una fiesta mariana como había ocurrido en Molán. No obstante,
el año 056, en el X Concilio de Toledo, se planteó la posibilidad de tener
una fiesta propiamente mariana similar a la del 25 de marzo, de cuya
celebración habían llegado noticias al concilio. Sin embargo, en !a Liturgia
Hispánica se observaba inflexiblemente ia norma de no celebrar ninguna
fiesta durante la Cuaresma. Por ello instituyen la fiesta de Santa María e!
día ¡8 de diciembre, ocho días antes de Navidad. Presento a continuación la
determinación conciliar:
Se establece que ocho días antes del nacimiento del Señor, se celebre
igualmente con solemnidad la fiesta de su Madre. Se debe esto a que conviene
que, por e! mismo título de honor, al igual que siguen de inmediatamente
ocho días la Navidad del
Hijo, se prorrogue otros tantos días la solemnidad sagrada de la Madre. ¿En
qué
consiste, pues, la fiesta de la madre, sino en la encarnación del Verbo?
Este concilio de Toledo estuvo presidido por San Eugenio, y a el asistían
San Fructuoso de Braga, San Quince de Barcelona y sobre todo, Sen Ildefonso
que todavía era abad de Santos Cosme y Damián de Agalia y al que se le
atribuyen textos de la misma mariana de la Liturgia Hispánica, hasta que 3
siglos mas tarde se introdujo la fiesta de la asunción el 15 de Agosto.
En Roma, antes del siglo VII, existen vestigios de una fiesta de Santa Mana
el día 1 de enero, a los ocho días de la Navidad. Algunas piezas al
formulario de la misa de esta fiesta fueron a parar, según la autorizada
opinión de algún autor, a la misa del 25 de marzo, cuando la fiesta oriental
de la Anunciación del Señor y las restantes fiestas creadas en Jerusalén
llegaron a Roma entrado el siglo VII. De hecho las únicas fiestas marianas
que nos han conservado los antiguos sacraméntanos romanos son cuatro,
dotadas todas de ellas de procesión por el Papa Sergio I (687-701): la
Presentación del Señor, la Anunciación, la Asunción de la Virgen y la
Navidad de María. Hasta la llegada a Roma de estas fiestas, si se exceptúa
la hipotética fiesta del 1° de enero, la memoria litúrgica de la Santa Madre
de Dios no tenía otros apoyos que el ciclo de Adviento-Navidad-Epifania y ía
mención de ia maternidad de María en el Canon Romano:
Texto que hay que relacionar también con la definición del
concilio de Éfeso.
Hemos celebrado la fiesta litúrgica de la Santísima Virgen de El Pueblito,
el IV sábado después de Pascua. Sabemos que la cincuentena pascual se vive
"como un solo día" para celebrar el triunfo de Jesús sobre la muerte,
entonces ¿Cómo es que una fiesta mariana, de este tamaño, encuentra lugar en
este tiempo litúrgico, central en la vida del cristiano?
En la presente reflexión, Fr. Hugo Córdova, rector del Santuario de Nuestra
Señora de El Pueblito nos ofrece luz sobre el tema, que hemos iniciado en el
número 7 (abril de 2006) de esta revista. Ahora les ofrecemos la segunda
parte de este interesante artículo.
A tendiendo a los datos históricos en Y en relación al culto litúrgico y la
Santísima
Virgen de El Pueblito, constatamos que la fiesta y Solemnidad de Nuestra
Madre santísima de El Pueblito se celebra el sábado II después de Pascua,
para la Diócesis de Querétaro, con la aprobación del Papa León XIII el día 3
de julio de 1903. En el
Santuario y en la Provincia Franciscana de San Pedro y San Pablo d Michoacán
se celebra el IV sábado después de Pascua, con la aprobación del Papa
Benedicto XV el día 13 de noviembre 1918, a petición del Provicario de la
Diócesis, Sr. Canónigo Don Pedro Vera y Zuña y del M. R. P. Fr. Buenaventura
Tovar, O.F.M., Comisario Provincial.
Por su parte. Las Normas Generales para la ordenación del Año Litúrgico, n.
15; Principios y Normas para la Liturgia de las Horas, n. 140, nos dicen que
en los sábados del tiempo ordinario en los cuales esté libre el día del
Calendario, se puede "hacer memoria de Sancta María in sabbato".
Ante estas normativas y, tomando en cuenta lo dicho anteriormente sobre la
escasa mención de María en la liturgia pascual, cabe hacernos una primera
pregunta: ¿Porqué una celebración de tinte mariano dentro del tiempo
pascual?
Para poder responder a esta cuestión, debemos responder a otra pregunta:
¿Cuál es el sentido de la celebración mariana dentro del culto cristiano el
día sábado específicamente?
En los primeros siglos del cristianismo, el Domingo, día de la Resurrección
del Señor, es la base de la ordenación de la semana y de toda la
santificación del tiempo. Poco tiempo después, antes de la formación incluso
del Triduo Pascual, se tiene la celebración del viernes, como recuerdo
semanal de la muerte de Cristo en la cruz. A fines del siglo I y en el siglo
II encontramos ya en la patrología de Tertuliano y Clemente de Alejandría
los miércoles y viernes como el día de Estación, es decir día de ayuno y
oración con carácter penitencial.
1.- Santa María en semanal sábado: memoria facultativa
La costumbre de dedicar el sábado al la bienaventurada Virgen María,
comienza en la liturgia de Occidente hacia el siglo X. El historiador B.
Capell cree que la dedicación del sábado a la Virgen tuvo su origen por
iniciativa del consejo de Cario Magno, el benedictino irlandés Alcuino (735
804), que introdujo en el Suplemento al Sacramentario Gregoriano siete
formularios de misas votivas, que debían ser distribuidas a lo largo de los
siete días de la semana. El último de éstos era precisamente el De Sancta
María; sin embargo, aún que no es del todo seguro esta designación atribuida
a Alcuino. Esta idea no sólo fue acogida en seguida, sino que el sábado se
afirmó luego sólidamente como día de la Virgen, dando comienzo a una
tradición que no conocerá discontinuidad ni altibajos a lo largo de la
historia.
Los primeros documentos indudablemente explícitos que hablan del sábado como
día consagrado a la memoria de la Virgen, son de principios del siglo XI,
aunque reflejan una práctica ya casi generalizada; por lo que su origen debe
fijarse, ciertamente, al menos en el siglo anterior. En efecto, san Pedro
Damiano (1007 —1072) atestigua que "en algunas iglesias se ha introducido la
bella costumbre de celebrar el sábado, los oficios en honor de María, salvo
que haya otra fiesta o bien durante el tiempo de cuaresma". Idéntico
testimonio podemos constatar en los escritos de Bernardo de Constanza (1054—
1100}, contemporáneo de san Pedro Damiano, el cual atestigua que "por todas
partes, cada semana, el viernes se dice la misa votiva de la Santa cruz y el
sábado de la Madre de Dios, no porque esté mandado, sino por devoción".
Nacido en un ambiente monástico, el sábado mariano se difundió pronto y
rápidamente entre el clero y los fieles, de tal modo que el oficio parvo de
la bienaventurada Virgen fue en el medievo una de las formas más populares
de veneración de la Virgen.
San Pío V, después del Concilio de Trento, introdujo la costumbre medieval
de esta celebración de María en sábado en los nuevos libros litúrgicos del
Breviario (1568) y del Misal de (1570) haciéndolo, de este modo, oficial y
común para toda la iglesia latina.
También el actual Calendario Romano renovado, en las normas sobre el Año
Litúrgico, recuerda que "en los sábados durante el año, en los que haya
ninguna memoria obligatoria, se puede celebrar la memoria facultativa de la
bienaventurada Virgen maría", "memoria antigua y discreta —dice la Marialis
Cultus— que la flexibilidad del actual Calendario y la multiplicidad de los
formulario del Misal hacen extraordinariamente fácil y variada".
En verdad, con ta reforma litúrgica posconciliar, la Liturgia de las Horas y
el Misal Romano se han visto enriquecidos por nuevos elementos marianos, con
beneficio también del sábado, dedicado a la Santísima Virgen.
Dentro de la búsqueda de una motivación por encontrar el significado mariano
del sábado, encontramos algunas justificaciones de este culto, sobre el que
no se ha hecho todavía plena luz histórica. Es a partir del siglo XII cuando
se comienza a ponerlo con relación al tema redentor de los dos días
contiguos: viernes y domingo, Tratándose en cierto modo de razones de
convivencias, de valor relativo.
a) Gn 2,3 Como Dios bendijo el séptimo día y lo santificó respetando los
demás días de la semana, así bendijo a María más que a cualquier otra
criatura llenándola de gracia.
b) Dios en el séptimo día llevó a cabo la creación y cesó de todo trabajo Gn
2,2; sábado significa reposo; pero el verdadero reposo lo encontró en María,
a quien la liturgia aplica las palabras de la sabiduría: "El que me creó
reposó en mi tienda" (Sir 24,8) c) Como el sábado prepara el domingo, así
María es la más cercana a Cristo y la que lo introdujo a él. D) El sábado en
que Jesús estuvo en la tumba. María fue la única que conservó intacta y
sólida la fe. Esta razón es la que más se toma en cuenta en la actualidad,
podemos decir, la más válida. El sábado, entre el viernes de la pasión y el
domingo de la resurrección, escribe M. Magrassi, está lleno de la fe de
María, es como si toda la fe de la iglesia se recogiese en ella. Mientras la
fe se oscurecía en todos, ella, la primera fiel, fue la única que mantuvo
encendida la llama, inmóvil en la oscuridad de la fe, fuerte en el tiempo de
la duda. Una vez más en Iglesia se identifica con ella, que al pie de la
cruz fue llamada a ser madre de todos. Finalmente, el sábado precede la
resurrección. María vivió el misterio del dolor que le fue profetizado por
Simeón: "Una espada traspasará el alma" (Le 2,35).
f) También María estuvo al pie de la cruz, en donde fue hecha partícipe de
los comienzos de la Iglesia, nacida del costado traspasado de Cristo, que al
morir dio comienzo a Pentecostés (Jn 19, 30b). Este acontecimiento pone de
manifiesto la relación de María con el Misterio Pascual, y es uno de los
fundamentos del lugar único que ella ocupa en la Iglesia, inmediatamente
después de Cristo.
2. Celebración litúrgica en honor a Santa María de El Pueblito.
Con lo expuesto hasta aquí, podemos dar ya una respuesta a una de las
preguntas con que iniciábamos este apartado: cuál es el sentido de la
celebración mariana dentro del culto cristiano el día sábado
específicamente.
Solamente nos queda tratar de responder a la cuestión del ¿porqué una
celebración de tinte mariano dentro del tiempo pascual?
Para responder a esta pregunta, pienso, baste tomar en cuenta las tres
últimas justificaciones presentadas más arriba, las que relacionan a María
de una forma íntima y directa con el acontecimiento pascual de Cristo.
Sin embargo, la celebración que nuestra Provincia Franciscana celebra cada
año como la fiesta litúrgica por excelencia en honor de Santa María de El
Pueblito, ha sido resultado de una petición a la Santa Sede, y ésta, con la
aprobación debida la ha situado como lo hemos visto anteriormente en un
sábado del tiempo pascual. Para nosotros, religiosos de san Francisco, ¿qué
provoca esta celebración, qué aporta a nuestra provincia, parte de
recordarnos una identidad propia, con una advocación mariana muy especial
como lo es la de Santa María de El Pueblito, y la de hacernos sentir
hermanos, cobijados bajo la intercesión y el auxilio de una Madre amorosa?
Es bueno recordar que el tiempo pascual es símbolo de su presencia que
trasciende a través del Espíritu. Jesús inspira el aliento nuevo de vida a
través del Espíritu, generando una responsabilidad que tomará rostro en las
actitudes de los discípulos, para llevar a cabo la misión confiada,
continuadora del maestro y Señor.
El testimonio de la resurrección de Jesús trae la exigencia concreta de
forjar comunidad como un espacio privilegiado donde Dios quiere crear
hombres y mujeres diferentes.
La presencia del Espíritu como fruto principal de la Pascua, se evidenciará
en la medida en que dicha comunidad sea contraste, signo, testimonio, en
función salvadora de los demás, pecadores y marginados, como lo ha sido
María en la historia de la redención. Es, por tanto, una comunidad para la
conversión, para transformar personas.
Finalmente: celebrar a Santa María de esta forma tan especial como lo
hacemos nosotros, compromete, puesto que cada vez que la Iglesia celebra a
María dentro del misterio cristiano, significa no otra cosa, sino que quiere
vivir el Misterio de Cristo con María y como María.
Quiero presentar en seguida un texto por demás interesante de los
praenotanda de la Colletio Missarum, en donde la figura de María que nos
ofrece la liturgia en las celebraciones marianas es especialmente sugestiva:
La ejemplaridad de la Bienaventurada Virgen, que emerge de la celebración
litúrgica, introduce a los fieles a hacerse semejantes a la Madre para
configurarse mejor con el Hijo. Les mueve a celebrar los misterios de Cristo
con los mismos sentimientos y actitudes que tenía la Virgen junto a su Hijo
en el nacimiento, epifanía, muerte y en la resurrección, les apremia para
custodiar diligentemente la palabra de Dios jubilosamente y darle gracias
con alegría; para servir fielmente a Dios y a los hermanos y ofrecer
generosamente la vida por ellos: para rogar al señor con perseverancia e
invocarle confiadamente; para ser misericordiosos y humildes; para observar
la ley del señor y hacer su voluntad; para amar a Dios en todo y sobre todo;
para ser vigilantes en espera del señor que viene (Praen. Coli Missn.°17).
Atendiendo a esa ejemplaridad de figura de María ofrece la liturgia! Iglesia
quiere ten muy presente hora de celebrar misterio de Cristo y proponerlo a
la contemplación vivencia de que celebramos misterio. Uno de los textos que
ha llamado mas mi atención, aparte del anterior por su denso contenido de
los paraenotanda de la colletiu missarum es la siguiente:
La iglesia que quiere celebrar el misterio de Cristo con María, a causa de
los vínculos que lo unen a ella experimenta continuamente que la
bienaventurada virgen esta siempre a su lado, sobre todo en la sagrada
liturgia Madre y como auxiliadora.
¿Qué debemos entender por vivir el misterio de Cristo con María? Ante todo,
es advertir "las actitudes que el Evangelio nos muestra en la Madre del
Señor: de presencia discreta y de tensión contemplativa, de silencio y de
escucha, de constante referencia al Reino y de apremiante solicitud por
todos los hombres" (orientaciones para el año mariano numero 10). María pues
está siempre en el umbral del misterio, invitándonos a entrar en el como
ella lo hizo, con absoluta fidelidad a la misión que le fue encomendada, con
una fe nutrida en la meditación de la palabra divina conservada en su
corazón, con un profundo espíritu de oración y de esperanza en la obra de
Dios y con un amor muy generoso para con los hombres que han de recibir el
anuncio de la salvación.
¿Que debemos entender por vivir el misterio de Cristo como María? Maria es
también un modelo de la actitud espiritual con que la iglesia celebra y vive
los divinos misterios (Mc 16). Esta afirmación, hecha por pablo VI al
comienzo de la sección de la Marialis Cultus dedicada a proponer a la virgen
maría como modelo de la iglesia en el ejercicio del culto, es una
consecuencia también de la ejemplaridad de la figura de la madre de Dios que
emerge de la liturgia. Pero además corresponde perfectamente al hecho del
reconocimiento de María como modelo de la Iglesia en el orden de la fe, de
la caridad y de la perfecta unión con pristo (cf. LG 63). Hacerse semejantes
a la madre para configurarse en el Hijo. Así reza la introducción al n,° 17
de los praenotada de la colletio missarum. Y que es la celebración de la
memoria de la santa madre de Dios en el año litúrgico y la ejemplaridad de
la figura de María que emerge de la liturgia en orden a vivir el misterio de
cristo con ella y como ella, contribuyen poderosamente a realizar los fines
de cada acción litúrgica que no son otros que configurar cada dia mas a los
hombres y mujeres a Cristo, reproduciendo en ellos el misterio pascual.
Termino diciendo, como la celebración de María en cualquier tiempo del Año
litúrgico nos exhorta a mirar a María principalmente como medio, y no tanto
cómo fin de culto cristiano. Pues María es nuestra compañera, es nuestro
modelo a seguir de cómo rendirle culto debido a la Augusta Trinidad.
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